La lengua es como una piel que recubre el cuerpo social y se estira y encoge siguiendo sus mudanzas.
El periodista y escritor Jesús Marchamalo me habla en Panamá, durante el VI Congreso de la Lengua, de un verbo genial que le oyó decir a un mexicano para expresar la acción de marcar con un pequeño signo las casillas de un formulario: palomear. "¿Ya palomeaste el documento?". Es una palabra ingeniosa y elocuente porque el pequeño trazo suele tener, en efecto, la silueta de un ave; y escoger que sea una paloma le da un toque modesto, doméstico, risueño. He aquí una lengua vibrando de vida.
La lengua es como una piel que recubre el cuerpo social y se estira y encoge siguiendo sus mudanzas. Algo tan orgánico no se puede modificar por decreto: el voluntarismo no funciona (esos espeluznantes "ciudadanos y ciudadanas", por ejemplo). Solo un cambio real de la sociedad puede hacer evolucionar el manto de palabras que la recubre. Por eso no me extraña que ahora sean los países latinoamericanos los más capaces de mostrar esa vitalidad creativa: mientras Europa se tambalea y España apura su crisis, latinoamérica parece estar en un momento de despegue.
Todo eso se refleja en nuestra lengua. Ya se sabe que la hablan 400 millones de personas; que es el segundo idioma materno del planeta, tras el mandarín, y que hay expertos que sostienen que, para 2045, será la lengua mayoritaria (aunque yo creo que para entonces hablaremos todos chino). A veces alardeamos demasiado triunfalmente de estas cifras, aunque tampoco viene mal para contrarrestar el consabido e irritante complejo de inferioridad hispano. Pero para mí la mayor riqueza del español no reside en su enorme implantación, sino en su diversidad, en sus muchas versiones y matices. En este mundo crispado, sectario y excluyente, emociona poder celebrar una lengua común llena de diferencias que no solo no desunen, sino que pontencian. Palomenado se vuela hacia el futuro. Ser distintos nos hace más fuertes.
El periodista y escritor Jesús Marchamalo me habla en Panamá, durante el VI Congreso de la Lengua, de un verbo genial que le oyó decir a un mexicano para expresar la acción de marcar con un pequeño signo las casillas de un formulario: palomear. "¿Ya palomeaste el documento?". Es una palabra ingeniosa y elocuente porque el pequeño trazo suele tener, en efecto, la silueta de un ave; y escoger que sea una paloma le da un toque modesto, doméstico, risueño. He aquí una lengua vibrando de vida.
La lengua es como una piel que recubre el cuerpo social y se estira y encoge siguiendo sus mudanzas. Algo tan orgánico no se puede modificar por decreto: el voluntarismo no funciona (esos espeluznantes "ciudadanos y ciudadanas", por ejemplo). Solo un cambio real de la sociedad puede hacer evolucionar el manto de palabras que la recubre. Por eso no me extraña que ahora sean los países latinoamericanos los más capaces de mostrar esa vitalidad creativa: mientras Europa se tambalea y España apura su crisis, latinoamérica parece estar en un momento de despegue.
Todo eso se refleja en nuestra lengua. Ya se sabe que la hablan 400 millones de personas; que es el segundo idioma materno del planeta, tras el mandarín, y que hay expertos que sostienen que, para 2045, será la lengua mayoritaria (aunque yo creo que para entonces hablaremos todos chino). A veces alardeamos demasiado triunfalmente de estas cifras, aunque tampoco viene mal para contrarrestar el consabido e irritante complejo de inferioridad hispano. Pero para mí la mayor riqueza del español no reside en su enorme implantación, sino en su diversidad, en sus muchas versiones y matices. En este mundo crispado, sectario y excluyente, emociona poder celebrar una lengua común llena de diferencias que no solo no desunen, sino que pontencian. Palomenado se vuela hacia el futuro. Ser distintos nos hace más fuertes.
Rosa Montero
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